miércoles, 8 de agosto de 2018

LA VERDAD DEL HERMANO LOBO

Más empecé a ver que en todas las casas estaba la Envidia, la Saña, la Ira, y en todos rostros ardían las brasas de odio, de lujuria, de infamia y mentira.
Hermanos a hermanas hacían las guerra  Perdían los débiles, ganaban los malos…



Los Motivos del Lobo. R. D.

Cuanta tristeza habrá sentido el hermano Francisco de Asís al darse cuenta que el hermano lobo decía la verdad, al reconocer que en el hombre habita la maldad y el pecado, más el alma simple de la bestia era pura. El hermano lobo para vivir entre los hombres había dulcificado su ser, prometió no ser ya más enemigo, ni repetir sus ataques sangrientos; la gente lo veía con humildad, como a un manso galgo, más se aprovecharon de esto y un buen día le dieron de palos.

Fue tanta la maldad que el lobo percibió entre los hombres que prefirió huir a las montañas y regresar a su vida salvaje, pues fue victima de las risas del hombre y entre sus entrañas revivió la fiera y se sintió lobo malo de repente, más siempre mejor que esa mala gente. Prefería vivir en el monte en donde sólo tendría que matar para alimentarse, esa es la ley entre las bestias de las montañas, matar para sobrevivir.

Pero el hombre hería, torturaba, se manchaba de sangre, era sordo al clamor de las criaturas de nuestro Señor y no era por hambre que iba a cazar. Los hombres se comportaban como perro y perra y entre ellos la injusticia y la maldad anidaban. Fueron mis más sensibles sentimientos los que otra vez se despertaron en mi alma al sentir en lo profundo de mí ser, la triste pero evidente realidad que el hermano lobo había descubierto entre los hombres.

¿Por qué entre nosotros hay tanto rencor, apatía y desamor? Casi a diario nos enojamos, insultamos y humillamos a nuestros hermanos y hay quienes incluso tratan de darse muerte unos a otros. Respondemos con insultos y  desprecio a las injurias de los demás, es que tenemos la costumbre de responder ojo por ojo… el mundo acabará ciego de esta manera.

Fue esta misma maldad la que hace más de dos mil años condenó a  muerte a un hombre, fue mi codicia la que lo vendió por treinta monedas de plata, tu injusticia y envidia lo entregaron a los castigos más perversos y nuestro odio le traspasó un costado y así le dimos muerte.

¿Y cual fue su pecado? ¿Cuál fue su delito? El haber predicado el amor de su padre y haber amado a su prójimo como así mismo. ¡Cuanta maldad entre los hombres! El hombre no quiere ser igual a nadie, quiere ser superior a los demás por eso no hay ni buenos ni malos, solo diferencias de intereses, por ello entre los hombres hay quienes tienen mayor fuerza de animo o de voluntad y son estos quienes tratan de avasallar a los demás cuando el orgullo y la codicia sofocan en ellos el amor a sus hermanos.

Pero Dios sabia que tenia que ser así, por ello mandó que los hombres nos amaramos unos a otros y estuviéramos unidos para que los débiles no cayeran bajo la opresión de los malos. Un hombre transitaba por la montaña y llegó al sitio en que un enorme peñasco que se había desgajado sobre el camino, le llenaba y obstruía y fuera de aquel camino no había otra salida, ni a izquierda ni a derecha.

Este hombre pues viendo que no podía proseguir el viaje, a causa del peñasco, probó moverle para abrirse paso, y fatigado por aquel trabajo vio que por más que intentaba todos sus esfuerzos eran en vano. Sentándose cansado y fatigado dijo: ¿que será de mi cuando la noche llegue y me sorprenda en esta soledad, sin alimento, sin abrigo, sin defensa alguna en la hora en que las fieras salgan a buscar sus presas? Y sentado embebido en este pensamiento, otro viajero sobrevino, el cual, habiendo hecho lo mismo que el primero se sintió impotente.

Y después de este segundo, llegaron otros y ninguno pudo mover el peñasco y era grande el temor que ellos tenían. Por fin, uno de ellos dijo a los demás: hermanos míos, enderecemos nuestros ruegos a nuestro padre en común que está en el cielo; tal vez tenga piedad de nosotros en esta congoja. Y habiendo escuchado esto, oraron de corazón.

Y después de orar el mismo que había dicho oremos dijo también: hermanos míos, lo que ninguno de nosotros ha podido hacer solo ¿Quién sabe si no lo haremos todos juntos? Y se pusieron de pie y todos empujaron el peñasco y el peñasco cedió y todos pudieron proseguir en paz su viaje interrumpido. El viajero es el hombre, el viaje es la vida, el peñasco son las miserias que encontramos en cada paso de nuestro camino. Hermanos míos, enderecemos nuestros ruegos a nuestro Padre en común que está en el cielo para que llene nuestros corazones de amor y paz.


Krigguer Alberto Artola Narváez.

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