jueves, 1 de agosto de 2013

Aprender a trabajar

Si trabajamos sólo para producir resultados externos, sólo “hacemos”. Si trabajamos para interiorizar lo que hacemos, y quedarnos con la operación en nosotros, estamos trabajando de verdad porque estamos obrando, interiorizando lo que hacemos. 
Hablo del trabajo en sí mismo como un despliegue de energías humanas para producir bienes o servicios, con o sin valor económico, en cualquier campo de la actividad, y con miras al perfeccionamiento personal y social. El trabajo como ley de vida de toda persona: aprender a trabajar para vivir. 

Prepararse para la vida es formarse bien (trabajo formativo) para ejercer una profesión (trabajo productivo). La persona tiene por misión construir el mundo y esto lo consigue trabajando. El trabajo expresa una relación de dominio frente al mundo, distinta de la relación de coordinación o convivencia con los demás, y de la de subordinación a su fundamento, a Dios como creador del hombre. Lo importante es dejar claro que el trabajo exige una actitud determinante, decidida, inteligente y activa, que compromete a la persona con lo que hace , con quienes trabaja, y para quienes trabaja. 

El trabajo no es un fin en sí mismo, tiene valor de medio y por eso la persona puede hacer de él un instrumento de perfeccionamiento y de realización personal o de desadaptación vital o insatisfacción. El trabajo es acción creadora, no pasiva o receptiva. Exige una actitud que compromete a la persona con el mundo y con las otras personas, abierto a lo trascendente, es decir a lo que va más allá de cumplir una tarea técnicamente bien y obtener un medio de subsistencia. 

Reducir el trabajo a su función económica, o a un simple factor que se suma al capital es, por lo menos, falta de visión. “Proponer al hombre –son palabras de Aristóteles– solamente lo humano significa desconocer la grandeza del hombre”. 

El trabajo se puede entender de modo objetivo (en función de lo que produzco) o subjetivo (en función de lo que me produce interiormente). Cuando pienso en lo que me produce, no desde el punto de vista material, sino desde el punto de vista de mi realización personal, adquiere una trascendencia y una connotación de generosidad (doy buen ejemplo, no espero sólo una retribución material, y los demás se benefician de todo lo que hago bien). 

Aunque yo no tenga la intención de ser generoso, resulto siéndolo en función de las personas que están en relación con el trabajo que yo realizo. El impacto favorable que causa en los demás hace que rebose el nivel de satisfacción que yo buscaba. 

Puedo hacer mi trabajo objetivamente bien, en cuanto a lo que produzco, pero subjetivamente mal, en cuanto a lo que me produce, por ejemplo, porque no me permite crecer interiormente, porque no sé interiorizar ese trabajo, porque no desarrollo virtudes en él, porque me dejo llevar por el activismo, etc. 

No importa cuál sea el trabajo que una persona realiza. Por insignificante que parezca, tiene el mismo poder realizador en la medida en que se logre interiorizarlo, integrarlo a la vida. Todo esto depende de una actitud frente al trabajo, del sentido que se da al trabajar, y de lo que finalmente se busca con el esfuerzo que se hace. Trabajo, por muy importante que sea, sólo es un medio para lograr el fin de la persona, su felicidad. 

Para que las cosas cambien

“No es el sentirse bien en el trabajo lo que nos hace buenos. Más bien es el volvernos buenos en el trabajo lo que nos hace sentirnos bien respecto de nosotros mismos” (R. O’Connor). 

Si el trabajo enriquece a la persona, la hace sentirse mejor, es eficiente (manejo de instrumentos, método) y eficaz (resultados positivos). Cuando tenemos bien claro en la cabeza para qué trabajamos, la finalidad de ese esfuerzo de todos los días, se supera la rutina tediosa, la apatía y la indiferencia. 

Un trabajo vivido con una actitud positiva frente a las dificultades se convierte en tarea activa, con espíritu de iniciativa y creadora. “El trabajo creador resulta de un equilibrio dinámico donde se combinan libertad y necesidad, riesgo y responsabilidad, esfuerzo y satisfacción” (Donati). Este equilibrio produce satisfacción y deseo de servir mejor. 

Inseparablemente unido a la mejora en el trabajo está el aprovechamiento del tiempo. La Biblia dice: “Para cada cosa hay su momento; existe un tiempo para todo lo que hay que hacer bajo el cielo”. El tiempo se aprovecha mejor cuando se establece una jerarquía, un orden sistemático de tareas y necesidades que nos dice lo que debe hacerse primero, segundo... etc. 

Es decir, para poder hacer un trabajo de calidad hay que saber administrar bien el tiempo. Si el trabajo no lleva a la persona a sentirse realizada, a sentir gusto por lo que hace y a la armonía existencial, puede convertirse fácilmente en un “trabajo mercancía”, en el cual se siente explotada, o se convierte en una rutina despersonalizada o en un hacer incesante y fatigoso, que produce cansancio físico o psicológico. 

Algún autor dice que “un quehacer que no nos hace mejores, no nos hará mejorar lo que hacemos”. La realización personal se logra en la medida en que el ambiente de trabajo positivo es estimulante y generador de un sentido de pertenencia a la organización. El trabajo tiene un carácter expansivo, es decir, haciendo bien nuestro trabajo hacemos bien a los que nos rodean 

El hombre alcanza el desarrollo de su personalidad trabajando. El trabajo tiene tal valor para él que es muy difícil concebir su felicidad sin trabajar, cualquiera que sea, una tarea que lo mejore interiormente, y que lo expanda en todas sus dimensiones: humana, profesional, cultural, espiritual, social. 
Parte importante de ese trabajo es el esfuerzo de uno mismo para integrar todas las facetas del trabajo en una unidad de vida o coherencia. 

Indicadores básicos

Trabajar bien significa:


  • Hacer todo bien desde el primer momento.
  • No dejar las cosas empezadas ni comenzar varias al tiempo. 
  • Hacer una tras otra, salvo que haya que atender a varias a la vez.
  • Una vez dispuestos los elementos de trabajo, comenzar a trabajar sin dilaciones.
  • Concentrarse en la actividad que nos corresponde evitando distraerse o distraer a los demás.
  • Ser constante, sobre todo cuando llega el cansancio o cuando nos sentimos con menos ganas de trabajar. A veces toca hacer las cosas sin ninguna gana, por sentido de responsabilidad.
  • Hacer primero lo principal y luego lo secundario.
  • Evitar la precipitación: hay que dedicar unos minutos antes de empezar a planificar bien las acciones del día y seguir ese plan para llegar a todo lo previsto.
  • Si cometemos un error, reconocerlo enseguida. E intentar de nuevo aquello mismo, consultando, si es necesario.
  • Cuando el error proviene de intentar hacer bien las cosas, se saca algo positivo, se adquiere experiencia.
  • Todo trabajo implica prestar un servicio, directa o indirectamente, y siempre se puede servir mejor, incrementar la calidad de lo que se hace.
  • Competitividad: que pueda compararse con el de otras personas y ser elegido como el mejor.
  • “Hacer lo que se debe y estar en lo que se hace” (J. Escrivá), o sea, tener la cabeza y los sentidos puestos en lo que estamos realizando.
  • Si el trabajo de otros depende de nosotros, no basta con decir las cosas: hay que hacer que se hagan. La efectividad se logra diciendo y haciendo, y haciendo hacer.
  • Estar en los detalles: de presentación, de trato cualitativo, personalizando la atención, terminar bien todo, incluso aquello que no se ve. Recordar que: “Lo más grande van sin reparo con lo pequeño. Lo mediocre va solo” (Tagore)
  • Disponibilidad: que puedan contar con uno siempre.
  • Perseverancia en el empeño: lo fácil es empezar, lo difícil, perseverar en la tarea. Importa más colocar últimas piedras que primeras piedras. 
  • Intensidad: No importa hacer muchas cosas sino hacer las cosas bien.


Trabajo en equipo

Hoy en día es muy difícil concebir el trabajo sin una disciplina de trabajo en equipo. Siempre habrá talentos solitarios que en determinados ámbitos de la creatividad, literaria por ejemplo, que producen individual y aisladamente. Cada vez más el trabajo es participativo, no sólo por el hecho de contar con los demás, sino porque el trabajo en equipo no anula la actuación individual , aunque la subordina a los objetivos comunes.

El trabajo en equipo pone a pruebas la capacidad comunicación. Es indispensable saber expresarse y saber escuchar. El trabajo en equipo permite ampliar los propios puntos de vista, opiniones o visión de los temas o problemas. Implica también someter el trabajo personal a la crítica externa a nosotros, y valorar posiciones y criterios distintos a los nuestros. 

Trabajando en equipo hay mayores posibilidades de conocer la verdad y ocasión de comparar y correlacionar las diferentes formas de ver las cosas. Por otra parte, el trabajo en equipo nos da posibilidad de enriquecer la personalidad en el trato con los demás, sobre todo si captamos y aprendemos de ellos sus cualidades, si mutuamente nos ayudamos a corregir los defectos de unos y otros. 

A veces el trabajo en equipo cuesta más porque pensamos que es mejor y más rápido hacer las cosas individualmente que ayudar a hacerlas o enseñar a hacerlas a otros. Es una concepción equivocada y corta de miras. Hay cosas que o se hacen colectivamente o no se hacen, precisamente porque suponen compartir objetivos, métodos y a veces las herramientas de trabajo. 

El trabajo en equipo no sólo favorece la confrontación, sino que fomenta el pluralismo de enfoques, la tolerancia, la complementariedad. Es muy necesario para adelantar con éxito cualquier proyecto, incluido el proyecto de vida, que necesariamente está ligado a grupos como la familia, la empresa, el círculo de amistades, el equipo deportivo, y a otras formas asociativas que requieren participación y solidaridad para cumplir sus metas. 

En el grupo se da primacía a los aportes individuales. En cambio en el equipo se requiere tanto el esfuerzo individual como el colectivo. Además prima en él la integración de voluntades hacia un propósito común. Y esto muchas veces es dispendioso en términos de esfuerzo y tiempo, pero vale la pena por los resultados que produce y por la mejora de sus integrantes. 

Es propio del trabajo en equipo el compromiso y el sentido de pertenencia que genera en sus miembros. Se mira el aporte de todos como valioso y vinculado al éxito que se logre en la tarea común. Se aprende a ver la relación que existe entre las tareas individuales y el objetivo común. 

El trabajo en equipo ayuda a madurar valores como la disponibilidad, la responsabilidad, la sinceridad, la confianza, la tenacidad, la flexibilidad, el espíritu de iniciativa y la comprensión. 


Autor(a): Jorge Yarce



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