Si
trabajamos sólo para producir resultados externos, sólo “hacemos”. Si
trabajamos para interiorizar lo que hacemos, y quedarnos con la operación en
nosotros, estamos trabajando de verdad porque estamos obrando, interiorizando
lo que hacemos.
Hablo del trabajo en sí mismo como un despliegue
de energías humanas para producir bienes o servicios, con o sin valor
económico, en cualquier campo de la actividad, y con miras al perfeccionamiento
personal y social. El trabajo como ley de vida de toda persona: aprender a
trabajar para vivir.
Prepararse para la vida es formarse bien
(trabajo formativo) para ejercer una profesión (trabajo productivo). La persona
tiene por misión construir el mundo y esto lo consigue trabajando. El trabajo
expresa una relación de dominio frente al mundo, distinta de la relación de
coordinación o convivencia con los demás, y de la de subordinación a su
fundamento, a Dios como creador del hombre. Lo importante es dejar claro que el
trabajo exige una actitud determinante, decidida, inteligente y activa, que
compromete a la persona con lo que hace , con quienes trabaja, y para quienes
trabaja.
El trabajo no es un fin en sí mismo, tiene valor
de medio y por eso la persona puede hacer de él un instrumento de perfeccionamiento
y de realización personal o de desadaptación vital o insatisfacción. El trabajo
es acción creadora, no pasiva o receptiva. Exige una actitud que compromete a
la persona con el mundo y con las otras personas, abierto a lo trascendente, es
decir a lo que va más allá de cumplir una tarea técnicamente bien y obtener un
medio de subsistencia.
Reducir el trabajo a su función económica, o a
un simple factor que se suma al capital es, por lo menos, falta de visión.
“Proponer al hombre –son palabras de Aristóteles– solamente lo humano significa
desconocer la grandeza del hombre”.
El trabajo se puede entender de modo objetivo
(en función de lo que produzco) o subjetivo (en función de lo que me produce
interiormente). Cuando pienso en lo que me produce, no desde el punto de vista
material, sino desde el punto de vista de mi realización personal, adquiere una
trascendencia y una connotación de generosidad (doy buen ejemplo, no espero
sólo una retribución material, y los demás se benefician de todo lo que hago
bien).
Aunque yo no tenga la intención de ser generoso,
resulto siéndolo en función de las personas que están en relación con el
trabajo que yo realizo. El impacto favorable que causa en los demás hace que
rebose el nivel de satisfacción que yo buscaba.
Puedo hacer mi trabajo objetivamente bien, en
cuanto a lo que produzco, pero subjetivamente mal, en cuanto a lo que me
produce, por ejemplo, porque no me permite crecer interiormente, porque no sé
interiorizar ese trabajo, porque no desarrollo virtudes en él, porque me dejo
llevar por el activismo, etc.
No importa cuál sea el trabajo que una persona
realiza. Por insignificante que parezca, tiene el mismo poder realizador en la
medida en que se logre interiorizarlo, integrarlo a la vida. Todo esto depende
de una actitud frente al trabajo, del sentido que se da al trabajar, y de lo
que finalmente se busca con el esfuerzo que se hace. Trabajo, por muy
importante que sea, sólo es un medio para lograr el fin de la persona, su
felicidad.
Para que las cosas cambien
“No es el sentirse bien en el trabajo lo que
nos hace buenos. Más bien es el volvernos buenos en el trabajo lo que nos hace
sentirnos bien respecto de nosotros mismos” (R. O’Connor).
Si el trabajo enriquece a la persona, la hace
sentirse mejor, es eficiente (manejo de instrumentos, método) y eficaz
(resultados positivos). Cuando tenemos bien claro en la cabeza para qué
trabajamos, la finalidad de ese esfuerzo de todos los días, se supera la rutina
tediosa, la apatía y la indiferencia.
Un trabajo vivido con una actitud positiva
frente a las dificultades se convierte en tarea activa, con espíritu de
iniciativa y creadora. “El trabajo creador resulta de un equilibrio dinámico
donde se combinan libertad y necesidad, riesgo y responsabilidad, esfuerzo y
satisfacción” (Donati). Este equilibrio produce satisfacción y deseo de servir
mejor.
Inseparablemente unido a la mejora en el trabajo
está el aprovechamiento del tiempo. La Biblia dice: “Para cada cosa hay su momento;
existe un tiempo para todo lo que hay que hacer bajo el cielo”. El tiempo se
aprovecha mejor cuando se establece una jerarquía, un orden sistemático de
tareas y necesidades que nos dice lo que debe hacerse primero, segundo... etc.
Es decir, para poder hacer un trabajo de calidad
hay que saber administrar bien el tiempo. Si el trabajo no lleva a la persona a
sentirse realizada, a sentir gusto por lo que hace y a la armonía existencial,
puede convertirse fácilmente en un “trabajo mercancía”, en el cual se siente
explotada, o se convierte en una rutina despersonalizada o en un hacer
incesante y fatigoso, que produce cansancio físico o psicológico.
Algún autor dice que “un quehacer que no nos
hace mejores, no nos hará mejorar lo que hacemos”. La realización personal se
logra en la medida en que el ambiente de trabajo positivo es estimulante y
generador de un sentido de pertenencia a la organización. El trabajo tiene un
carácter expansivo, es decir, haciendo bien nuestro trabajo hacemos bien a los
que nos rodean
El hombre alcanza el desarrollo de su
personalidad trabajando. El trabajo tiene tal valor para él que es muy difícil
concebir su felicidad sin trabajar, cualquiera que sea, una tarea que lo mejore
interiormente, y que lo expanda en todas sus dimensiones: humana, profesional,
cultural, espiritual, social.
Parte importante de ese trabajo es el esfuerzo
de uno mismo para integrar todas las facetas del trabajo en una unidad de vida
o coherencia.
Indicadores básicos
Trabajar bien significa:
- Hacer
todo bien desde el primer momento.
- No
dejar las cosas empezadas ni comenzar varias al tiempo.
- Hacer
una tras otra, salvo que haya que atender a varias a la vez.
- Una
vez dispuestos los elementos de trabajo, comenzar a trabajar sin
dilaciones.
- Concentrarse
en la actividad que nos corresponde evitando distraerse o distraer a los
demás.
- Ser
constante, sobre todo cuando llega el cansancio o cuando nos sentimos con
menos ganas de trabajar. A veces toca hacer las cosas sin ninguna gana,
por sentido de responsabilidad.
- Hacer
primero lo principal y luego lo secundario.
- Evitar
la precipitación: hay que dedicar unos minutos antes de empezar a
planificar bien las acciones del día y seguir ese plan para llegar a todo
lo previsto.
- Si
cometemos un error, reconocerlo enseguida. E intentar de nuevo aquello mismo,
consultando, si es necesario.
- Cuando
el error proviene de intentar hacer bien las cosas, se saca algo positivo,
se adquiere experiencia.
- Todo
trabajo implica prestar un servicio, directa o indirectamente, y siempre
se puede servir mejor, incrementar la calidad de lo que se hace.
- Competitividad:
que pueda compararse con el de otras personas y ser elegido como el mejor.
- “Hacer
lo que se debe y estar en lo que se hace” (J. Escrivá), o sea, tener la
cabeza y los sentidos puestos en lo que estamos realizando.
- Si
el trabajo de otros depende de nosotros, no basta con decir las cosas: hay
que hacer que se hagan. La efectividad se logra diciendo y haciendo, y
haciendo hacer.
- Estar
en los detalles: de presentación, de trato cualitativo, personalizando la
atención, terminar bien todo, incluso aquello que no se ve. Recordar que:
“Lo más grande van sin reparo con lo pequeño. Lo mediocre va solo”
(Tagore)
- Disponibilidad:
que puedan contar con uno siempre.
- Perseverancia
en el empeño: lo fácil es empezar, lo difícil, perseverar en la tarea.
Importa más colocar últimas piedras que primeras piedras.
- Intensidad:
No importa hacer muchas cosas sino hacer las cosas bien.
Trabajo en equipo
Hoy en día es muy difícil concebir el trabajo
sin una disciplina de trabajo en equipo. Siempre habrá talentos solitarios que
en determinados ámbitos de la creatividad, literaria por ejemplo, que producen
individual y aisladamente. Cada vez más el trabajo es participativo, no sólo
por el hecho de contar con los demás, sino porque el trabajo en equipo no anula
la actuación individual , aunque la subordina a los objetivos comunes.
El trabajo en equipo pone a pruebas la capacidad
comunicación. Es indispensable saber expresarse y saber escuchar. El trabajo en
equipo permite ampliar los propios puntos de vista, opiniones o visión de los
temas o problemas. Implica también someter el trabajo personal a la crítica
externa a nosotros, y valorar posiciones y criterios distintos a los nuestros.
Trabajando en equipo hay mayores posibilidades
de conocer la verdad y ocasión de comparar y correlacionar las diferentes
formas de ver las cosas. Por otra parte, el trabajo en equipo nos da
posibilidad de enriquecer la personalidad en el trato con los demás, sobre todo
si captamos y aprendemos de ellos sus cualidades, si mutuamente nos ayudamos a
corregir los defectos de unos y otros.
A veces el trabajo en equipo cuesta más porque
pensamos que es mejor y más rápido hacer las cosas individualmente que ayudar a
hacerlas o enseñar a hacerlas a otros. Es una concepción equivocada y corta de
miras. Hay cosas que o se hacen colectivamente o no se hacen, precisamente
porque suponen compartir objetivos, métodos y a veces las herramientas de
trabajo.
El trabajo en equipo no sólo favorece la
confrontación, sino que fomenta el pluralismo de enfoques, la tolerancia, la
complementariedad. Es muy necesario para adelantar con éxito cualquier
proyecto, incluido el proyecto de vida, que necesariamente está ligado a grupos
como la familia, la empresa, el círculo de amistades, el equipo deportivo, y a
otras formas asociativas que requieren participación y solidaridad para cumplir
sus metas.
En el grupo se da primacía a los aportes
individuales. En cambio en el equipo se requiere tanto el esfuerzo individual
como el colectivo. Además prima en él la integración de voluntades hacia un
propósito común. Y esto muchas veces es dispendioso en términos de esfuerzo y
tiempo, pero vale la pena por los resultados que produce y por la mejora de sus
integrantes.
Es propio del trabajo en equipo el compromiso y
el sentido de pertenencia que genera en sus miembros. Se mira el aporte de
todos como valioso y vinculado al éxito que se logre en la tarea común. Se
aprende a ver la relación que existe entre las tareas individuales y el
objetivo común.
El trabajo en equipo ayuda a madurar valores
como la disponibilidad, la responsabilidad, la sinceridad, la confianza, la
tenacidad, la flexibilidad, el espíritu de iniciativa y la comprensión.
Autor(a): Jorge Yarce
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